Sexto informe IPCC (2021)
El incremento en la concentración de gases de efecto invernadero (GEI), principalmente dióxido de carbono (CO2), metano y óxido nitroso, que se ha registrado en la atmósfera en las últimas décadas proviene principalmente de la actividad humana (por ej. quema de combustibles fósiles, emisiones de metano y óxido nitroso en la industria, ganadería, agricultura, cambios usos del suelo, etc). Estos gases han ocasionado un incremento en la temperatura media de la atmósfera, al absorber y emitir estos gases dentro del rango del infrarrojo, lo que tiene consecuencias negativas a nivel global (por ej. cambios en la distribución de especies, modificación en el régimen de precipitaciones, incremento en la intensidad y frecuencia de fenómenos atmosféricos extremos, etc). Esto ha conllevado que desde finales del siglo XX (por ej. creación del IPCC, Conferencia de Río, Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, Protocolo de Kioto y siguientes COPs) los países acordaran a través de distintos compromisos internacionales tratar de limitar el incremento de temperatura en la atmosfera a +2 oC (preferiblemente a +1,5 oC) a finales de este siglo.
Como consecuencia, ha habido un sinfín de acuerdos y compromisos internacionales donde se han alcanzado algunos objetivos principales, como la necesidad de reducir de un modo drástico las emisiones de GEI a la atmósfera, la necesidad de poner en marcha acciones de adaptación al cambio climático o la importancia de mantener el capital natural como elemento de mitigación del cambio climático, entre muchos otros. Estos acuerdos internacionales se han concretado posteriormente a nivel europeo y español en diferentes normativas como la
Ley Europea del Clima, el
Pacto Verde Europeo, la
iniciativa Fit for 55, y en España, con la
Ley Nacional de Cambio Climático o el
Plan Nacional Integrado de Energía y Clima. Entre los objetivos ambiciosos de estas normativas se encuentran una reducción drástica en las emisiones netas de GEI en la Unión Europa (un 55% respecto a los valores de emisiones de 1990) o la neutralidad climática (cero emisiones netas de GEI) en el año 2050 en Europa, lo que supone un enorme reto tecnológico, económico y social. Para abordar esta neutralidad climática se han propuesto una serie de actuaciones que van desde una disminución drástica en las emisiones de GEI, la descarbonización de la economía, el transporte o la energía; es decir, conseguir cero emisiones netas a través de una reducción en la quema de combustibles fósiles, el incremento en el uso de fuentes renovables de energía, el uso más eficiente de las mismas o el uso de biocombustibles, entre otras medidas. Además, y con el objetivo de conseguir cero emisiones netas tanto desde la Unión Europea a través del Pacto Verde, como posteriormente en las distintas normativas nacionales, se hace hincapié en la necesidad de proteger, conservar y mejorar el capital natural y una mejora en el comercio de los derechos de emisión de carbono, incluyendo otros sectores hasta ahora no considerados, y una mejor regulación en otros ya existentes.
La protección del capital natural dentro de este contexto de cambio climático viene derivada de dos aspectos. Por un lado, el capital natural asegura que los ecosistemas libren más y mejores funciones y servicios ecosistémicos, y que por lo tanto los ciudadanos se beneficien a nivel económico, sociocultural o sanitario de la existencia de ecosistemas naturales en un buen estado de conservación. Por otro lado, en la base de los ecosistemas se encuentran los productores primarios, principalmente organismos fotosintéticos que captan el CO2 de la atmósfera para producir materia orgánica a través del proceso fotosintético. Esta materia orgánica producida puede seguir distintos caminos en el ecosistema, como ser consumida por organismos herbívoros y alimentar así la red trófica del ecosistema, incorporarse a la biomasa de los propios organismos fotosintéticos dando lugar al crecimiento, ser exportada a otros ecosistemas adyacentes o quedar depositada y/o enterrada en el suelo. De este modo, toda esta producción primaria que queda en la biomasa de los organismos fotosintéticos, es depositada o queda enterrada en el suelo a largo plazo (cientos o miles de años), tiene en su composición carbono que ha sido retirado previamente de la atmósfera (en forma de CO2) y por lo tanto, contribuye a disminuir los niveles de este gas en el atmósfera y a mitigar el cambio climático.
Ejemplo de soluciones basadas en la naturaleza para mitigar el cambio climático
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